Uno ya estaba de vuelta de los atardeceres rojos,
de la vida regalada sin regalo,
de los amaneceres a salto de mata, sin diana ni destino.
Uno pululaba pastando por las praderas de los ofrecimientos gratuitos,
cuando, de repente, como si se abriese el cielo,
en un tren de cercanías, unos ojos proclaman silencios a voces,
y se borra todo... y una luz te muestra el camino,
y empieza la vida, soy un niño, niña…
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