Es un bar de artistas,
allá en una cueva,
que la montaña, en su generosidad,
dejó al alcance de los sueños.
Aquí todo es deprimente, exótico
o rabiosamente extraordinario.
Contemplas los zapatos raídos
de un poeta comedido...
que no puede ver los horizontes,
y, al mismo tiempo,
se escucha un solo de saxo,
digno de un conservatorio.
Cuerpos sílfides detrás de un café,
pensando en un bollo,
otros, ya de anisete madrugón,
a modo de despertador…
Uno lleva un palillo en la boca,
diría que no ha cenado,
sueña con un desayuno…
y, mientras, otro escribe sin parar,
otro compone en un rincón más oscuro,
parece que le inspiran
los vaivenes de las telarañas.
Se huele a café y a fritos.
Bar de artistas...
alguno me lo llevaría a casa,
para aprender,
para enseñarle mi ventana,
y observar juntos...
coqueteando con los horizontes.
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