Permítanme que insista, pero he pasado el “finde” en el Delta, justo una semanita antes que empiece la siega. Era una fiesta familiar, primer añito de Tessa, nuestra más preciada joya, con arte y gracia para dar y vender. El recinto, entre arrozales, impactados del amarillo de la madurez, un canal cerca, una sensación de vida libre y bucólica, adereza el alma del poeta. Ver a la gente que quieres, siempre es un placer, y un hablar del tiempo y de los tiempos, para augurarnos los mejores deseos… Pero es que, además, he ido a ver las espigas, y he paseado un poco por los márgenes, donde ya se huele a paja vieja. Delta, el del Ebro, por supuesto, Delta y familia, ahora con savia nueva y espectacular. La homenajeada devolvió con creces, todo el cariño dispensado... ¡es un amor!
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