Ella se marchó cuando todavía no había terminado el verano,
y, en aquel pueblo, no volvieron ni las golondrinas más fieles.
Se instaló el desierto, aquello era el vacío de los llenos,
un pueblo sin luz, sin jardín ni flores... ni en maceta.
Comprendí la diferencia con que se observan los elementos inanimados,
no estaba y punto, no había nada, ni nadie, nada era nadie, y yo tampoco.
Me marché... y el verano seguía, como un espejo
donde no todos se veían, opaco, nadie.
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