Un día, una nube azul me lanzó su trenza de oro,
y desde entonces vamos vagando por los cielos,
cerca de las glorias, donde habitan los suspiros con sonrisa.
Volamos con la libertad de nuestras manos entrelazadas,
y, ya fuera de la nube que nos llevó precisa,
vamos atravesando los cirros y los nimbos,
y sesteamos por las galaxias,
y hacemos carreras con los cometas...
hasta que nos paramos, en un cráter de la luna,
y previo beso, volvemos a la nube azul,
que es nuestro paraíso, más encontrado que perdido…
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