Aquella vez que puse mi mano en tu pelo,
como buscando un otro algo que no había encontrado,
cuando en realidad estabas allí, y para mi,
y pese al reverso de mis dedos agraciados con algunos vellos,
que acarician bien por tu mejilla más condescendiente que nunca.
Te vi entregada y complaciente, y complacida, firme y segura.
Y yo, ingenuo de mí, buscando entre la cascada de azabaches,
los misterios que ya no existían ni por asomo.
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