Llegué columpiándome sin júbilo,
a los lomos de una resignación,
me sentía bien allá por los bosques
donde las sombras se acentúan
y la autonegación y la ausencia de riesgo
campan por los vacíos más discretos.
Tu no estabas ajena a los nublados...
de las almas inseguras,
y también vagabas pisando hojas
con tendencia otoñal,
por los senderos que, en la ofuscación,
no llevaban a ninguna parte.
Y por allá, en la confusión de los despropósitos,
nos vimos, nos desvaciamos,
nos lloramos los absurdos...
y fuimos pecho y muro de lamentaciones,
principio de regeneración,
recuperando a paso firme,
la belleza de las ansias…
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