Al final, uno acaba prefiriendo...
la casa de madera en la montaña,
pasear por entre los pinos con ardillas,
mojando los pies por las cristalinas aguas
de los nerviosos ríos que gozan
de erosionar las piedras y las convierten
en redondeadas bellezas…
Disfrutar del canto de los jilgueros,
recibir el sol por el húmedo trazado
de un sendero indefinido…
Y en lo más espeso de una empinada ladera,
donde las flores siguen siendo blancas,
y los aires son de una pureza inigualable,
haremos un nido...
cerca de las músicas y los rocíos,
cerca de los silencios ricos en paz,
y del abrazo de las estrellas más fugaces,
que nos bailan sus reflejos y nos activan
todos los azules de cielo y mar…
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