La paloma se posó en el palo mayor de un velero sin cañones,
y el barco navega por la suavidad de las olas.
Poco después, la blanca alada abandona la embarcación
y va en busca de otros flotadores,
donde esparcir bondades y bautizos de paz.
El puerto está vacío, las gaviotas vuelan y revuelan,
y hacen propiedad de sus espacios...,
pero añoran a los pescadores y a los pescados,
mientras los paseantes ávidos de mar se acercan a soñar
por el suave vaivén de los azules...
que brillan al sol de la imperial Tarragona.
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