En su magia no aparecían palomas,
ni desaparecían conejitos blancos
ante el asombro de los ávidos de la sorpresa.
Su magia estaba en sus ojos,
con una mirada tan profunda,
como fina era su sonrisa…
La contemplaba impávido,
y mi corazón parecía desaparecer,
y al mismo tiempo se me dibujaba,
a modo de aparición, un zafiro de esperanza.
Ella era mágica, un brillante con aura,
un rayo de luz de un sol limpio y penetrante.
Ella, sin palomas ni conejos,
solo el fuego de sus ojos...
y la inagotable miel de su sonrisa.
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