Le hablé de ti a la luna,
y lo hice tantas veces,
que la noche me dejó un espacio,
allá perdido entre las nubes,
cerca de los árboles,
aquellos más altos, donde anidan
los susurros cotidianos en vapor...
La luna lo sabía todo de ti,
de ti y de mi, y me escuchaba,
cual madre del buen consejo,
pero, a veces, las nubes se deshacen,
y los árboles son menos altos...
A veces, de repente, se presenta el día,
y la luna es sólo una anécdota…
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