Soltar las voces, las nuestras, aquellas más diáfanas,
de timbre esbelto, nítidas, por el aire puro de las montañas verdes...
Y en un corto espacio, de allá arriba, por las bellezas altas,
donde no existe el tiempo, recibir el eco fundido del clamor,
dos voces, un solo eco, un amor a dos.
Cruzando por entre las cúspides, que casi besan el cielo,
uno se extasía y piensa que es por aquí donde habitan los enanos saltarines,
las ninfas blancas, las hadas con varita de hacer bien
y hasta algún corazón enamorado, recién bajado de las nubes,
a las que acudió después del sí...
el sí de la niña de sus vuelos nocturnos.
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