Tu siempre salías, rauda, precisa,
desde un suspiro de la tarde,
emergiendo entre las flores,
pasabas por allí, como si nada,
como una brisa diferente,
como formando parte principal
de la belleza idílica del paisaje.
Yo vivía sin vivir, hasta que...
llegaba la preciada tarde,
y paseaba con un libro en disimulo,
hasta que me llegaba el esplendor,
de un suspiro encontrado,
entre los nardos preñados de delicias...
Esperaba la tarde... y tu suspiro.
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