Aquella mano amiga que te seca la lágrima, la interior, la que no se ve. Aquel abrazo de fuerza que tanto agradeces porque, desde el desquicio de la frustración, un calor humano, una proximidad sincera, es una gran sensación a agradecer. En estos momentos donde no es fácil el alivio, un silencio cercano, una mano que se posa en tu brazo, una mirada incluso que te dice... aquí estoy yo, es siempre una entrega noble y efectiva que sabemos apreciar en lo que vale por su verdad. Ahora pienso en aquello de que se da con más sinceridad el pésame... que no una felicitación por haberte tocado el gordo.
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