Era un perro inmenso, un cruce de Pastor Alemán y Dogo, sólo le faltaba hablar, bueno no, su capacidad de comprensión era tal que se adelantaba a las órdenes que podía darle… Coincidió con los últimos años de la vida de mi madre, y lo que hacían los dos era digno de admirar. Mi madre le tiraba avellanas y él las pescaba en vuelo, y luego venía a colocar su cabeza en sus rodillas, para que lo acariciarse un poco. Era curioso verlo en la ventana, esperándome, y cuando abría la puerta, allí estaba él, para poner sus patas en mis hombros, para darme el abrazo más sincero y mostrarme todas sus alegrías. Sólo vivió siete años, cogió una enfermedad cruel y tuvimos que sacrificarlo… lloré amargamente. Mi hijo lo pintó y lo tenemos en un cuadro en el comedor y, cuando lo miro, me vienen todos los hermosos recuerdos que vivimos y me emociono mucho…
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