Y aprendí a callar, a escuchar, a sonreír, a dejar las actitudes primarias, las exaltadas para aparentar tener más razón. Aprendí a no gritar (me costó), a no pontificar, a comprender (al menos intentarlo), a razonar, a ser un poco más receptivo, confiado, humano, con aquella habilidad sana para pensar... pues en eso, en la condición humana, que nos hace seres tan maravillosos. Pasé, por supuesto, por todas las etapas... pubertad, adolescencia, juventud, y tuve pleamares y depresiones y, sobretodo, un sutil campo de aprendizaje rodeado de maestros ejemplares... mis padres.
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