Quizás me hago pesado pero, siguiendo con la observación de los jubilados, hay momentos de una belleza plástica y ternura que son impagables. Un señor alto y fuerte, de más de ochenta, con melena blanca por los lados y calvicie plena en la azotea, sale cantando del comedor y, poco a poco, se va animando hasta que su señora le tira del brazo y se calla… En la sala de baile, suena un cha-cha-chá y a una señora, la que aparenta más edad, se le van los pies, y se planta, con suprema gracia y arte, en el centro de la pista, y yo me paro en seco, y tengo un conato de lágrima... me miro en el espejo del ascensor, estoy cerca o no, pero seguro que muero cantando, o al menos contando cosas, las que nos alegren la vida…
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