En el Servicio Militar Obligatorio estuve en Extensión Cultural, daba clases a los soldados analfabetos y me sentía útil y bien. Había un galleguito, que trabajaba en la cocina, que me pidió si le escribiría una carta a su novia del pueblo, y le dije que sí, pero que sólo pondría lo que él me dijera… “eso, eso maestro”, y nos pusimos manos a la obra. Siempre recordaré con gran emoción, la cantidad de amor que se me dio a transmitir, aquel afán de no ofender, aquella intención de inspirar dulzura, aquellas ganas de abrazo que anulaban todas las distancias. Fue bonito, una experiencia con mucho sentimiento, amor en estado puro total.
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