Feliz el jilguero que canta en las ramas
de una encina centenaria,
él alegra la voluntaria soledad
del caminante que se cobija
en la sombra bondadosa del genial árbol.
Felices las ardillas que juegan
en los troncos de los pinos,
entre mimos de retoños
y los casi alados vuelos de los jóvenes,
entre las ramas de agujas punzantes.
Feliz aquel que ama la Naturaleza,
porque ésta, siempre le devuelve, y con creces,
inolvidables visiones de utopías resueltas…
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