La niña escucha impávida,
los silbidos incontenidos de la lujuria...
Un Eolo pacífico le duerme las melenas,
y unas lluvias de la fragua de Vulcano
le desnudan los inviernos abrigados,
y la muestran como un canto ilusionante
de brotes de primavera, insinuación...
Aparece como un prestigio naciente,
una consistencia de soplos de luz.
La niña, impasible ella,
acomete sin contemplaciones,
las miradas mareadas que agonizan.
Pese a todo, ella es el primer sol de sus días,
y la última luz con la que se acuestan…
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