Como un papá feliz que aun sube montañas para ver las vistas desde arriba, allá cerca de las de las águilas y los cielos, y además hace un buen papel en los restaurantes típicos, he llegado a casa... Los peces me siguen, aunque tenían comida de sobras, pero ellos saben que me sentaré a verlos y les daré su ración, más tierna y asequible... Las orquídeas han florecido, la amarilla tiene diecinueve flores y la de color grana tienen unas cuantas que empiezan a abrirse, cual bostezos matutinos que me dan la bienvenida. Siempre hice un canto del estar en casa, y siempre cuento lo de tenerlo todo a mano y a tu gusto, pero estas saliditas de tres o cuatro días, con la familia, con hotel y alrededores marcados por la garantía del buen gusto de Teresa, los conocimientos artísticos de nuestro hijo, y mis sugerencias amorosas complacidas en las esencias de lo auténtico, son una pasada, un regalo impagable, como un abrazo que recibes después del premio, o como un laurel que se le pone a un luchador que jamás utilizó su espada, ni arrojó su daga contra nadie. Teresa descansa, ella conduce, mi hilo ya está en su casa, y yo en mi mesa, con mi paisaje de siempre, mis padres y abuelos, suegros, un escudo del Barca, mi hijo en todas las edades... Y si me asomo, huelo el mar y casi veo el río, y oigo algún tren, y hasta algún pato o el croar de las ranas... Estoy en mi casa de Tarragona, pero suena también a Delta del Ebro (Deltebre) con frecuencia.
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