Me caen destellos de silencio, como lluvia de estrellas matutinas…
Dicen que pasa un ángel travieso y se lleva las réplicas
y los acosos y los entuertos y las explicaciones.
A veces los silencios no tienen nudo en la garganta, quiero decir…
son ambientes, remansos de paz, cuando ya todo está dicho y supuesto
y los afectos se pasean suaves por las miradas pacíficas naturales.
Un gesto, un roce, un ademán, es suficiente, no tiene ensayo,
tan fácil y sencillo como el agua que mana de la fuente y es vida,
y es bella, y es como la luz que se enciende en cada gota de silencio.
Después de los regalos, un lapsus, por decir algo, en forma de sonrisa,
lenguaje de la boca, ojos cerca que acompasan y musiquean.
De todas formas, nunca sobra lo clásico… un te quiero, de aquellos profundos,
que no mejoran las vivencias pero, como los dulces, no amargan.
El mejor silencio siempre es el último, aquel que, cogidos de la mano,
peripateamos por entre las primaveras, y sin buscar nada en el ágora…
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