Me lo contaron y yo, boquiabierto,
escuchaba, de mente abierta,
entre admiración y espasmo,
ciencia y amenaza, trayecto, vida.
¿Cuánto vale la experiencia?
o ¿cuándo dejó de aprender y probar?
Cuando morimos descansamos, dijo alguien…
mientras, surcamos los tiempos,
a la velocidad que te permiten,
los años o las prácticas diarias.
Pero nadie lo detiene, el tiempo,
incluso en aquellas épocas doradas
en las que firmarías un contrato indefinido,
o en aquellas otras en que te borrarías,
incluso sabiendo que no dura cien años.
Pero rápido, como un relámpago cruel,
te das cuenta… el arrabal de senectud
te contempla, cual escena perfecta
de cuadros y actores, música o voces,
ya en tu próximo presente irremediable.
Y si pescaste algún logro por los avatares,
aquellos de la responsabilidad educacional,
te aparcas, o te amarras, o aterrizas…
Cuando en tu buen coche… de señor,
ya no divisas los ángulos muertos,
cuando del filete y la mesa mesuras
los gramos y los vinos y los grados…
es que ya vamos llegando, sin prisa.
Uno lucha por permanecer en la nevera,
aún unos años en el peldaño anterior…
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