El verano derrocha ternura y vida,
la gente se abre, llena las terrazas,
los refrescos azucarean las dulzuras,
la cervecita conmueve y se luce,
incluso algún vinito fresco acaricia.
Se ve al que paga… el pato de las murmuraciones,
al gorrón que se esconde,
al que va de rico y tampoco paga,
y al que va de pobre y, además,
de digno y de vergüenza ajena.
Y observas al simpático oficial,
al cejijunto cabizbajo de turno
y a los genios de las superficies ladeadas,
que se elevan solos a dudosos altares…
En un despiste, se oye el ruido del mar,
te llega un aroma de sal azul,
aún no huele a linimentos antisoles
y agradeces la brisa suave del atardecer.
En un ángulo muerto, los periódicos duermen,
el ambiente no escucha las voces de sus amos,
la parroquia se aburre con la incoherencia,
la falta de rigor y de verdad objetiva,
al menos aquella que va más allá
de los teóricos reclamos caza votos…
Se escucha, como en la canción,
un eco lejano, parece un saxo…
casi me levanto, se acerca, se para,
embellece, oxigena, embelesa, te lleva…
a otra terraza, del mismo mar, la misma Teresa…
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