divendres, 20 de juny del 2014

De casta le viene al galgo

Cervantes, Don Miguel, se lamentaba porque decía no tener la gracia del poeta, aquella que no quiso darle el cielo, aunque después su obra fuera pura poesía. Mi padre, a veces, salía por espontáneas recitaciones: "Por entre unas matas seguidos de perros, no diré corría, volaba, un conejo". También algún trozo de la Canción del Pirata: "La luna en el mar riela y en la loma gime el viento". Mi maestro favorito, el que me preparó para el ingreso al bachillerato, reservaba los sábados para hacer zafarrancho (limpieza de las aulas) y recitar poesías que, previamente, habíamos aprendido.

Mi profesora de Literatura, me hablaba del arte y de los artistas en el decir, y yo me extasiaba en el concierto de los buenos contares y cantares. Mi madre, haciendo escuela, taller de bordados y confección, cantaba a la jaca que a galope cortaba el viento, y por la ventana hacían calle los bellos trinos que conformaban más bellos los esfuerzos del deber. Y uno se pregunta por qué se intenta con el poema, por qué se mide con el verso y el trino, por qué se goza e interesa, y se aprende, se pierde y se encuentra, en el mundo poético… Quizás los ejemplos cercanos y, como Cervantes, la gracia que no quiso darme el cielo me atraen hacia lo desconocido y me extasía y me llena: pequeñeces.

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