Te cojo la mano y te hablo, te musito cerca del oído
sin dejar de mirar tus ojos miel…
Y te cuento del descanso de los surtidores tormentosos,
y te hablo del suspiro de las musas,
que hasta se sorprenden de su capacidad para inspirar.
Te cojo la mano y la acerco a mis labios,
y continuo con mi mejor poesía de ciertos del alma,
aquella sin versos ni rimas,
aquella que clama en tu campo abonado
para que fertilice en delicias prodigiosas...
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