Me encanta la encina centenaria que reina por los caminos del Puente del Diablo. Tiene buen diámetro, y unas ramas generosas donde anidan y descansan diferentes alados y en su sombra se cobijan los caminantes para recuperarse de los excesos. Cerca hay un camino empinado, al que hay que subir casi arrastrándote para llegar al sendero que te lleva, otra vez, a divisar el famoso puente romano, orgullo de nuestra querida y estimada Tarragona…
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