Estabas aquí, existías, eras, eres,
como el agua del río...
que va regando amaneceres,
o la sombra de las acacias,
donde se reúnen los destellos del sol
para dar muestra y esencia
de los interminables paseos del domingo.
Estabas cerca del café, a punto del reloj,
a un paso de la puerta, que siempre te abro.
Y volvías, como si nada, y nada te preguntaba,
y sólo alguna vez me contabas del tiempo
y de las hojas marrones que crujían lentamente,
como si no existieran los pájaros,
increíblemente mudos...
en su interminable cortejo.
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