De mi casa a la era sólo había un silbido... el de mi madre. Mi madre que quería que hiciese la siesta, cosa sagrada para las madres de mi pueblo, y yo quería jugar el partido en la era, tocarla, marcar algún gol… Me escapaba, me perseguía, cobraba alguna zurra, luego… había siesta, pero yo ya la había tocado, alguna vez quizá sin gol, pese a intentarlo.
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