El vino tinto, un Priorat caro, invade la copa grande,
manchando el cristal con su cuerpo y grado.
Lo remuevo para que se airee como aquel que labra la tierra,
y me llega un aroma inconfundible, de buen vino.
Brindamos con el negro líquido ya en reposo,
las copas proclaman un toque de atención,
y el buen caldo de tan agraciada comarca
dignifica la comida de la dieta mediterránea.
Sólo falta que el café esté a la altura, el Magno suele estarlo,
aunque en verano suele picar un poco... pero se puede aguantar bien.
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