Un domingo con sol,
una tarde después de una siesta,
allá en el rincón,
en el ángulo oscuro sin arpa,
me contabas de tu colección de flores
y tus mares de suspiros,
y yo que jugaba con los versos,
te hablé de mis laureles,
los posibles, los soñados,
aquellos que se cobijan en el alma.
Acabamos riendo,
meciéndonos quizá...
en un tramo de irrealidad.
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