Llamé a tu puerta y no abriste a la primera, no abriste.
Y yo insistía, y tú no abrías y toqué otros toques y otras puertas,
que se abrían automáticas… pero no eras tú, no era tu puerta.
Me viene a la memoria aquella expresión
que alguien proclamó a los vientos:
“Oh cual fueron mis entrañas duras, pues no te abrí”...
Pero nunca lo dijiste, nunca abriste, al menos para que yo entrara.
A veces, se cierra una puerta, pero se abre una ventana,
donde se otea mejor el horizonte y está más cerca del sol...
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