Recuerdo que la primera vez que vi el mar, me asusté… me entró una especie de pánico, con el que mi imaginación de niño, estuvo algún tiempo jugando a adivinar qué pasaría si, alguna vez, toda esta inmensidad azul se enfadara y tuviese la tentación de convertirnos en peces. ¡Quién me iba a decir a mi que acabaría amándolo tanto y que se convertiría en mi mejor refugio, como un remanso de paz, mi rincón voluntario de pensar.
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