Y me fui a ver el mar como impulsado por un resorte,
descendí hasta la primera ola y la abracé… entre llantos.
Pues sí, las olas también lloran por los veranos que no lograron naturalizar,
y los hombres siempre vuelven al lugar de sus decepciones...
para encontrar esa lágrima amiga que sirva de consuelo y de esperanza.
Por eso, muchos van a ver el mar en invierno, el mar siempre cobija.
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