Pienso en el pequeño jardín de casa donde mi madre mimaba sus rosas, hablaba con ellas, las olía, se las acercaba, pero nunca vi que cortara ninguna. Ahora, cuando voy por el pueblo y me acerco a mi casa, voy hacia el jardín, como empujado por un resorte irrefrenable, voy directo hacia el rosal blanco que mi hijo cuida con gràcia, y veo a mi madre, y siento su olor confundido entre el perfume de sus rosas. Huelen muy bien, sublime, las madres, las rosas, mi madre...
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