Solía decirle a mi padrino, curtido en mil batallas, pocas horas de sueño y miles de vuelos constantes, todo un crack, un personaje, en mis inicios de profesor, que lo que yo gano cada mes tú lo necesitas para poner gasolina a tu coche… pero, querido padrino, yo tengo un horario, una estabilidad, unas aulas bien acondicionadas, un cierto respeto en general y un buen retiro que, en aquel tiempo de nuestras charlas, parecía aún garantizado. Él lo entendía, pero le sonaba a que yo estaba como en una jaula de oro, pero jaula al fin y al cabo… él era libre, inquieto, emprendedor, un sin parar, muy, muy entrañable…
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