Pues no, ni falda de cuadros, ni cola de caballo, ni sonrisa imantada, ni pantalón ceñido, ni bici, ni patines. No, no era rubia, ni extranjera, ni hablaba castellano, ni se hacía mucho la interesante, la distinguida, la competente, incluso ni la tan manida inocente. Era una niña suave, de rizos de azabache, de labios con luz de cereza, puro resplandor en la penumbra, violeta al sol, como una proclamación sensacional de la prudencia, era… algo así como la verdad, única…
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