Y tú llegabas con el discreto encanto de una inocencia lúcida, tus ojos eran un discurso permanente de saberes, con baños de dulzura, tus silencios, con sonrisa incorporada, eran como aquellas lecciones del buen profesor que siempre te dejan con ganas de más. Y tú llegabas, mejorando la esperanza y el sueño, llegabas puntual como la luz y el día se reinventaba sin noche, pese a la tristeza de la luna que quería jugar con nosotros asomándose por entre la arboleda, donde nos encontrábamos... más que nos perdíamos. Y tú llegabas, pero yo ya estaba allí, y tú también, mucho antes, en mi mente, desde siempre…
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