Mirar el mar desde la ventana de un hotel de Menorca, escuchar cómo la lluvia teclea en los cristales, cambiar embeleso por encanto… Escuchar el suave rumor de las olas del mar, oler a sal y a sol, pisar arena, playa vacía, soledad, plenitud... Unas gaviotas parecen molestarse con mi presencia, un cangrejo me ignora, pero yo no, lo cojo un momento y luego lo suelto, una ligera y suave brisa marina me acaricia la cara. Mi padrino me enseñó el mar por primera vez... paseo, paseo en paz, mucha.
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