En la taberna del puerto, la gente entra a grito y expresión desenfadada. Es territorio abonado a los clamores inmaduros… y todavía no han bebido nada, pero aquí no hay los vetos del decoro, y muchas exclamaciones son, quizá, sus propias frustraciones o sus miedos, o sus confirmaciones más significativas. La lástima es que siempre hay alguna víctima del vino, que es diana y blanco de las imprudencias de las lenguas desatadas sin control. La gente grita y no por esto tiene más razón... quizá en su casa no hay bar, ni libertad de barra libre con derecho a despotricar…
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