Aquel tiempo en el que no había tiempo,
y se paraba el viento, y una penumbra de delicias,
con el sol de cómplice, hacían desaparecer
los ruidos que comportan la vida,
y nos veíamos en un nido a parte,
allá por el bosque donde juegan las ardillas
y los pájaros de vecinos musicales cerca del cielo estrellado.
Allá nos instalamos, como si fuera posible...
vivir de espaldas al mundo del suelo.
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