Era su hora, salía, pasaba, venía...
llegaba por su acera habitual.
Y el mundo de la villa se paralizaba,
y de alguna ventana se escapaba
algún suspiro furtivo de una mente...
que ya tenía otros menesteres definitivos.
Y de la barbería y de la plaza,
las ansias se ponían en clamor,
y todas las miradas eran de cordero...
degollado, de amor, vamos.
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