El tiempo transcurría plácido, y uno presumía de sus treinta y tantos, y de que era libre y que podía estar aquí o allá, sin dar explicaciones, pero en la soledad del espejo nocturno, una mueca delataba alguna incoherencia, los espacios se iban reduciendo, y en algunos ya no tenía cabida… Pronto empezó a no acudir por lo habitual, y cuando lo hacía, ya no presumía de libertad. Las series, el fútbol y el vino le salvaron de alguna paralización que se hizo longeva y hasta cruel. Los amigos, la mayoría ya casados, le echaron una mano y las casamenteras le buscaron pareja, y él desapareció. Hoy vive en un jardín convertido en una brisa que esparce el aroma de las violetas más prudentes para aligerar las convivencias sanas…
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