Te esperaré, ansioso, anhelante, esperanzado,
allí por donde el bosque se complace
en convertirse en juegos de escondite.
Luego apareceré por donde la hiedra ya no trepa,
porque intuye que el cielo está cerca, a tocar de aroma.
Y si la suerte me es esquiva y el bosque pierde brillo con tu ausencia,
me andaré por las aceras sin farola, por las noches sin luna ni fin.
Quizá en una esquina me sorprenda un prometedor amanecer,
recién salido de la ducha y, como yo, busque un completo de sonrisa,
una compañera de viaje alado…
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