Dudó de mí, y me mostró su actitud hostil,
no de frente, más bien por el entorno,
propiciando un boca a boca
que las lenguas viperinas, altavoces perpetuos,
aprovecharon sin desperdicio.
A mi me enfadó, me disgustó sobremanera,
sólo el hecho que pudiera sospechar de mi.
También le hice el grueso,
y los silencios de las miradas...
sólo eran agresiones de resentimiento.
Ganó una no verdad, y duró unos años,
hasta que un día, una sentada y un café,
hicieron aterrizar la cordura ausente…
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