Hace un día de oscuros grises,
y la niña rubia de edad indefinida
y la cola de caballo al viento,
se ha metido en un prieto chándal,
que le marca la espléndida y vigorosa figura.
Es un placer verla correr,
aminorar, incluso parar, y así observar
aquellos ojos claros, verde azulado,
que relucen y se realzan
en este apagado día de enero.
Habrá que dar la vuelta,
el día amenaza llantos de alegría,
las primeras gotas están al caer.
Que no me mojen la niña,
la de la cola de caballo alta y amarilla,
la de los ojos a juego...
con el mar encendido.
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