Como una ermita abandonada
en la cúspide de un monte perdido,
donde al espesor de la ladera
le sigue un puerto que, sólo la fe,
montada en esperanza, te llega...
Así eras tú en mi vida,
como una discreción que vivía,
tras los vuelos de una prudencia
velada en sombras...
Tú estabas, siempre lo supe,
pero yo me perdía en lo rocíos
de las mañanas tibias...
de oscuros y suspiros.
No llegaba a ver el esplendor del día,
y, con tanto árbol, no veía el bosque...
Pero un día vi tu árbol en el bosque,
y el rocío se evaporó en tu sol...
Un día te vi y contemplé la inmensidad
de los tambores anunciando delicias,
como gotas de placer que dibujan sonrisas…
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