Recuerdo tu sonrisa,
la primera, delicada,
dedicada, en exclusiva.
Hubo una pretensión,
una apariencia de espontánea,
pero el blanco teclado
con el que interpretar
todas las almas de Mozart,
alumbró la melodía,
que por tus labios pasea...
sabor de amor eterno.
Tus ojos, que no andaban lejos,
endulzaban la luz de los espejos.
Era mía, sí, la sonrisa...
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