Un sendero tortuoso, de barro en lluvia, de tierra en baches y peligros,
tupido de chopo y cañas, sensación… de tierra virgen y fauna libre.
Últimos kilómetros del Ebro, que acaba en el mar inmenso.
Un recuerdo agradecido a las aguas, aquellas que bajaban más limpias
y eran espejo de quien se miraba…
Pienso fácil con las calles con charco, siempre de barro, las botas de agua,
los barquitos con hojas de caña, alguien que tira una piedra y salpica,
la moto que se para, la bici que no pasa, unos patos con madre,
las gallinetas comunes, las ranas que croan, voces amigas…
Ahora, estos pocos kilómetros hasta el mar son de asfalto,
con piedras de supuesto arte, algún mirador donde ver algún vestigio
de naturaleza en estado de origen…
Donde había cañas, pescadores, y las únicas que quedan son las de pescar,
motos, lanchas, barcas de paseo… perturban la paz del río en su final.
No me puedo abstraer de la poesía bucólica y pulirme los instintos
de belleza natural… un río con aluviones, un mar en su sitio,
que no come Delta, fauna y flora, en plenitud, en su medio, en su ambiente…
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