Había un chiste del malogrado Eugenio donde un niño, después de un mucho, se enteró de que no se llamaba "Cállate". Confieso que era un fan de este humorista, a veces, incluso por sus formas, su cara invariable, fría y sin sonrisa posible, bebida y cigarrillo, y buscando sorpresas con las que divertir a todos. A veces, hasta te ofrecía algún punto para la reflexión y el recuerdo...
Uno siempre acaba pensando en los niños, aquellos a los que mandamos al rincón de pensar, a los que decimos: "no te quiero oír más, vete a tu cuarto a hacer los deberes… eso es cosa de mayores, no te interesa". Pienso que, incluso cuando les enseñaba a guardar el turno de palabra, tenía mis dudas para no coartar su maravillosa espontaneidad…
En la escuela, los equilibrios son básicos… orden, respeto, pero me encanta el niño aquel que no habla como su abuelo, y tiene la frescura de su edad, la gracia del decir, no amaestrado… ¡Cállate! cuando perdemos todos cuando hacemos callar a un niño… y mira que es fácil escuchar bien, basta con usar la inteligencia, "sólo".
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